Una raya mas al tigre
Al inicio del verano apenas chispiteaba por las noches. Yo veía por la ventana y sentía una frustración que no era nomás por la sequía que agrietaba Sinaloa, sino por la imposibilidad de gozar más ese espectáculo mínimo. No quedaba más que abrir las persianas y, desde la cama, observar los relámpagos y las trece gotas que caían como si fueran un intento tímido del cielo por recordarnos lo que era la temporada de lluvia.
Hasta que un día llovió de verdad. Fuerte, constante, como lo había querido.
Y entonces se encendió dentro de mí esa parte infantil que nunca se apaga del todo, sobre todo cuando una parió tres personitas menores de seis años.
Nos escapamos en cuanto pudimos los cuatro, a pie, hacia las calles inundadas.
Allí estaban también otras criaturas y otras madres-niñas como yo, celebrando ese milagro líquido que convierte las calles en ríos y los charcos en océanos breves donde flotan la risa, la ilusión y la alegría pura.
La mamá que habita en mí quiso poner límites, medir los riesgos, cuidar que nadie se fuera demasiado lejos. Pero la niña… la niña no conocía el peligro. Solo sabía gozar. No había frío, ni hambre, ni reloj, ni reglas. El tiempo se detuvo en una felicidad empapada.
Al día siguiente repetimos la historia.
El pueblo estaba más seco, pero quedaban charcos y a mi me quedaba mucha infancia acumulada así que se me ocurrió brincar en uno para hacer reír a los míos.
“Estás loca mamá” -me decían, pero no era ofensa era cumplido, en mi casa sabemos que estar un poco loca es necesario para inyectarle sabor a la vida. Mi abuela Blanca me lo dijo muy claro: “De jovencitas todas debemos estar locas”.
Siempre pienso que mientras conserve esos impulsos, mientras me anime a seguirlos, la niña seguirá latente.
Pero bueno, esta vez resulta que el charco estaba lamoso y me resbalé con toda mi niña-adulta-mujer-mamá-loca.
Me caí con toda la dignidad de mis cuarenta y un años: de tobillo, de metatarzo, de rodilla, de talón, de nalgas… me caí como se caen las mujeres que ya han aprendido que la gravedad también enseña y que los años se respetan.
Me raspé horrible. Como antes. Como cuando tenía seis o siete y ocho años y todo dolía más, pero sanaba más rápido.
Mis hijos corrieron a ayudarme, asustados. Me veían con esa mezcla de ternura y susto que solo tienen los niños cuando la madre, de pronto, deja de ser invencible.
—Son solo raspones —les dije—. Duelen, pero se curan y se lavan… y caminamos a casa de vuelta.
Hoy me los vuelvo a ver. Ya son cicatrices. Rosa vivo.
No destacan demasiado porque están rodeadas de otras cicatrices, viejas y discretas, que las recibieron como quien da la bienvenida a nuevas compañeras de viaje.
Estas últimas, sin embargo, me resultan sorprendentemente reveladoras.
Yo creía que las cicatrices de mi infancia revoltosa serían las últimas que adquiriría pero no: la vida ha decidido seguir enseñándome a través de mi cuerpo.
Estas marcas nuevas son testimonio de que nunca he temido a la diversión, de que sigo dispuesta a caerme cien veces más con tal de saciar mi curiosidad y mi instinto.
Mis cicatrices son tatuajes naturales, recordatorios visibles de lo invisible, que aún me equivoco, que aún me duele, que aún me pierdo en mis laberintos existenciales y silencios espirituales en búsqueda de una vida mas consciente, pero también de que aún me encuentro, me sobo y me levanto sola o acompañada.
Y que la vida no se cansa de pedirme que me sacuda el polvo, que siga caminando y que no me canse de estar loca ni de ser “demasiado”.
Hoy lo hago de la mano de mis hijos —de seis y de cuatro años— que a veces me siguen y otras me guían y también de mi niña interior, esa que a veces se estremece porque su cuerpo ya no responde igual, pero que igual me levanta, me enjuaga la sangre, el dolor, llora un poquito mas y le sigue.
Porque si vuelve a llover, sabe que volverá a saltar en el primer charco que se encuentre.



Me encanta leerte, eres esa realidad de los años 70's , 80', que padre que dejes vivir a tus hijos lo q nosotros vivimos ya q hoy la mayoría no lo viven, seguramente a ti q criarion así y tus papás tmb así lo vivieron.
ResponderEliminarTienes razón todos deberíamos ser un poco locos y me encanta cuando dices "la gente que pari"
Wow!!🤩
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