Un eterno jardín



Hace unos años me tocó acompañar a mi abuela materna Blanca Margarita en lo que sería su último paso por la casa que la vio crecer como mujer, esposa, madre, nuera, tía, amiga, abuela y gran empresaria de estampas de la virgen. Los motivos fueron benévolos: se mudaba a una casa más moderna, a un lugar más seguro, más lindo, más cerca de todos los suyos. Para ella los cambios eran cúmulos de oportunidades.


Esa tarde, a mi lado, recorrió cada pasillo de la que fue su casa con una sonrisa y ninguna lagrima, expresando con palabras hermosas su agradecimiento a los techos, pisos, paredes, tocando las ventanas, acariciando puertas, cortinas, muebles, carcajeándose de lo loca que se sentía haciéndolo, gritándole al aire y a las divinas presencias amorosas que si quedaba algo de mi abuelo ahí que la siguiera siempre y por último me sorprendió oírla muy bajito y con nostalgia disculparse con sus plantas y sus “matitas” por no podérselas llevar.


Las cuidaba con recelo, tenía tres toronjos hermosos afuera del ventanal dónde desayunaba diario y dónde hizo un millón de crucigramas con los lentes a media asta de la nariz. Se veían los tres árbolones desde ahí como si trajeran colgados collares de perlas verdes. No nos dejaba arrancarlas, eran sus adornos, al igual que los rosales que decoraban su entrada y cuyas flores solo se cortaban para adornar las mesas en los grandes desayunos. Tenía hermosas garras de león, teléfonos, rodeos, listones, malas madres, lirios, palmas, costillas de Adán, unas melenas de helechos, muchas orejas de burro y el espacio vacío del fantasma de la jacaranda que se le cayó en un ciclón y la hizo llorar.


Yo volví muchos meses después, me hubiera encantado decirle que su jardín sobrevivió, que lejos de morirse se convirtió en una jungla salvaje y frondosa, sin límites ni miedos que siguió creciendo a pesar de su ausencia, de su cuidado, de sus canticos mañaneros, cómo si la vida y el amor que ella les hubiera brindado les hubiera alcanzado para ésta vida y muchas más de reverdecer solas. Sus tres toronjos, esos si se secaron, supongo que los árboles también se ponen tristes al igual que uno. Yo como ladrón desesperado que roba una herencia prohibida me puse a escarbar con las manos para sacar brotes de las plantas que quedaban, iban a tumbar esa casa, acabar irremediablemente con el jardín, vender el terreno y yo necesitaba quedarme con algo tan precioso para mi como una joya.


Salí con una java llena de tesoros, los planté en mis macetas, las puse a crecer por años. En la esquina de mi jardín sembré una jacaranda, creo que va a florecer el año que entra, no se que voy a sentir cuando lo haga,  me recuerda a mi abuela, su grandeza, su entereza, su bondad, su color que regaba por donde pasaba, su matitas que ahora son mías me hacen sentir que algo vive, que nada del todo se muere, que las cosas que cultivamos con amor florecen, que quedan mil brotes de ella dentro de mi, que no me olvide jamás de regarme, que nunca deje de cuidarme, de ser abierta de mente, de arrancarme lo que no me sirve, de cambiarme de tierra, de espíritu, de reírme como loca, de agradecer el privilegio de poder estar cerca de los que amo y enseñarles el maravilloso arte de amar nuestro jardín.


Un mes antes de que muriera, le sembramos un toronjo en su casa nueva, junto al lugar donde a diario vio el atardecer, donde todas las puestas de sol expresó hasta que solo pudo hacerlo con la mirada “El cielo es este”.


Acabo de reunir la valentía y el coraje que se requieren para poder volver a sentarme a ver uno de sus atardeceres, junto a toda mi familia, con el clima precioso, todos rebozando de salud, de amor, de energía, de recuerdos y me di cuenta de que acababa de nacer la primera toronja del arbolito que no mide más centímetros que mis hijos y el corazón se me llenó de emoción, los ojos de lágrimas y la vida otra vez de extrañarla, me encantaría decirle que aquí sigo, que lejos de secarme y derrumbarme aquí estoy creciendo salvajemente y sin limitaciones, rebasando todas las posibilidades, abatiendo el miedo, el dolor, reverdeciendo a pesar de su ausencia, gracias al amor que me brindó que me alcanza para esta vida y muchas más. 🌱💚






Comentarios

  1. Gracias querida Beatriz, eres un ser maravilloso, me llenaste el corazón con este escrito sobre el jardín de tu abuela y lo que representa en ti. Gracias

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  2. Mi abuela falleció de Alzheimer y aún en sus últimos años seguía platicando con sus plantas. Espero andar por aquí para ver florecer tu jacaranda.

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  3. Me conmueve tanto tu manera de contar vida…siento que conozco a tu gente, que puedo oler tus plantas, que puedo sentir la brisa que llega a cada uno de tus relatos. Gracias Beatriz, por compartir tanto amor.

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  4. Me emociona mucho leerte Beatriz !

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  5. Escribes muy bonito. Como decía José Luis Sampedro "Uno escribe a base de ser un minero de sí mismo".

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  6. Que manera tan Hermosa de expresar, plasmar tus sentimientos y ese amor inmenso por tu abuela. Gracias por permitirnos vivir todo lo grandioso de tu amor, estoy segura que muchas personas, incluyéndome, quisiéramos poder expresar nuestros sentimientos de esa manera como lo haces tú.
    Un abrazo desde Cholula Puebla de una culichi que te admira 🤗

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  7. Beatriz, siempre precioso y conmovedor lo que escribes.

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