Identidades inexistentes
Hace algunos días la amiga mas apegada a mi alma llegó de vacaciones de Perú y entre las aventuras relatadas y curiosidades que me trajo venía una larga pulsera de lana con cuentitas blancas: “Es para ti” me dijo y rápidamente la tomé y me la amarré en el tobillo sin importarme su ceño fruncido ni su mirada de desapruebo primero que nada por atarmela en el pie y segundo hacerlo toda chueca.
Ella aún no lo sabe pero al ponérmela en ese instante sentí que me regresó la juventud tropical al cuerpo y me volví a encontrar, volteando hacia abajo, reconociendo y viendo todo lo que fui, lo que soy, todos mis cimientos y mi estructura desde la punta de mis dedos color canela hasta el último pelo decolorado de mi cabeza. Ésta vez a diferencia de muchas veces lo hice con compasión, me recordé yo, la joven, la que creía mil cosas que no fueron verdad, la que las descubrió a base de risas, lagrimas y de dejarse romper, la que se resistía, la inflexible, la creativa, la mujer, la casada, la irreverente, la madre, la protectora, la precavida, la cocinera, la artista, la que no para y no se le acaba la energía ni se le cae nunca la sonrisa, aunque a veces la traiga un poco torcida, como la pulsera.
Me sorprendí buscando entre mis albums de fotos digitales indicios de la vieja yo, la que era experta en el hula hula, en las ciencias del bronceado con betacaroteno y en el arte de evitar los mosquitos del atardecer con vitamina E, aquella que se mezclaba y enlazaba gracias a la pulsera con ésta yo del presente, la diestra en servir biberones en la madrugada sin derramar una sola gota de leche, práctica al bajar a tres bebés juntos por dos pisos de escaleras, con tan solo dos brazos y sin olvidar jamás una sola prenda ni un pañal y super hábil en la disciplina de sobrevivir durante cuatro años bajo menos de 3 horas de sueño corrido diario.
Me sonreí para adentro, me abracé, me quise mucho con mucha nostalgia y me percaté a los días que la dichosa pulsera me gustaba pero me estorbaba y más bien se sentía como un ancla a una identidad ya inexistente (como me dijo una nueva amiga) a la que me aferraba.
Me la arranco con unas tijeras imaginarias, soy yo -pienso- pero no soy la misma que era ni quiero serlo, y eso se siente taaaaan libre.
Extraño mucho la que era, me gusta mucho la que soy, unos días mas que otros. De tu texto me quedo con que no debo dejar que se me caiga la sonrisa. Abrazo :)
ResponderEliminarMe encanta leerte
ResponderEliminarRecuerdo buscarte en el debate para poder leer tu columna, me encantaba leer tu forma de ver la vida tan peculiar y tan llena de alegría, años despues me alegra volverte a encontrar y seguirte leyendo en tus nuevas epocas y con nuenas aventuras, un abrazo muy grande para ti y para los tuyos✨
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