CUCÚ BAKEN
Darles de comer a tres expertos catadores de duvalines no es tarea fácil, cada cual tiene sus propias exigencias, manías y mañas, uno se alimenta a base de pan y la otra lo detesta pero su lengua baila el jarabe tapatío con los frijoles de todos colores… mientras el pequeño, ese se deleita el paladar con algo de avena, fruta y lo que quede en el plato de los grandes aunque ni dientes tenga aún.
Cada mañana pongo a trabajar bajo presión a esa única neurona que me quedó después de tres hijos, la despierto diario con café instantáneo y la siguiente cuestión: ¿Qué hacemos de desayunar?
No sé cómo le hizo la pobre ingrata adormecida para recordar algo que parecía escondido tan profundo y remoto en mi memoria pero me susurró: “CUCÚ BAKEN.
Me reí por dentro, ¿Cómo es que jamás se me había ocurrido?
Les dije: “NIÑOS HOY VAMOS A HACER ALGO ESPECIAL, PONGAN ATENCIÓN”
Así que tomé un pan, le hicimos un hoyo en medio con el cuello de un frasco de vidrio pequeño -esos que reciclo y cuido como la vajilla china mas fina del mundo- , le quitamos las orillas y lo doramos con mantequilla para después reventarle el huevo en el centro y lo tapamos. “PÁJARO EN NIDO” es la traducción Hebrea.
Ahi estaba yo 28 años después enseñándole a mis hijos de tres años este platillo exótico que ellos ven como experimento culinario y que igual vislumbraba yo como algo maravilloso a mis escasos 9/10 años, recordando y sintiendo un cariño extraordinario por esta persona que desde preparatoria no ven mis ojos pero que mi corazón no deja de querer, quizá por que la sangre que lo bombea es la misma que corre por sus venas.
“Shay” mi prima de Israel, cuyo nombre significa “Regalo” me mostró esta manera de cocinar huevo un verano que vino de vacaciones con sus hermanos y sus papás. Mismo verano en el que aprendí una bola de palabras en Hebreo pero sobre todo aprendí a adorar desde el fondo de mis entrañas a la familia que está lejos.
A “La Shayito” como le decía yo, le encantaban los champiñones enlatados con chile y limón, lo cual yo encontraba asqueroso y siempre traía consigo un jueguito maravilloso en una cajita azul que olvidó y que aún conservo, que constaba de 5 cubitos de metal con letras exóticas y que se jugaba muy parecido al pinjex.
Ella, pelos chinos, más güera que el sol y con unos ojos más azules que nuestro mar, yo, color coca-cola por el verano y con unos pelos lacios de hongo anti-calor que mi mamá encontraba muy practicos para no peinarme, ella, alta y flaquita, yo, chaparra y trinquetona, éramos tan diferentes pero de alguna manera éramos chicas que teníamos todo en común, menos el continente. Nos divertimos y quisimos muchísimo desde entonces, su español era casi impecable, mi hebreo más que pauperrimo pero de alguna manera mis hijos al aprender a hablar le empezaron a decir “Abba” a su abuela, aunque la palabra signifique mamá, me pareció tan curioso. A la Shayito la volví a ver en San Miguel de Allende cuando crecimos, ella iba con sus amigas, yo vivía ahi con las mías un verano artístico y aventurero. Aunque recuerdo poco, el sentimiento era este: parecía que el tiempo no hubiera pasado.
Quisiera que supiera que estuvo aquí hace unos días en esencia, que la recordé, que a su pequeño legado gastronómico también, quisiera que supiera que se me echó a llorar la niña interior por dentro de extrañar esos momentos que no volverán pero que a la vez se me llenó el corazón de regocijo de ver a mis hijos devorar el platillo con singular alegría, incluso a la que odia el pan.
Me encanta leer todos tus artículos, los disfruto y leo una y dos veces….. 😘
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