TACHNA girls
“Tachna girls”
Las mujeres de esta familia tenemos una peculiar manera de encontrar pretextos para convivir, un magnetismo mágico para reunirnos sentadas alrededor de una mesa y compartir la vida del sabor que se presente, dulce o amarga.
Son muy especiales nuestros desayunos no solo porque celebramos ruidosamente el amor que nos profesamos entre mujeres, hermanas, tías, hijas y primas de sangre o de vida sino también porque se hacen presentes en el cotilleo las mujeres que estuvieron alguna vez, las responsables de nuestra existencia, de nuestra resiliencia, de nuestro cariño, aunque ya hayan partido de este plano.
Hace unos días nos concentramos en la casa de mamá, a festejar a una integrante que pronto se casa.
Ninguna se dio cuenta de entrada de las cosas invisibles que llenan de energía positiva estas congregaciones, pero en primera fila en forma de vajilla inglesa de más de 100 años estuvo presente la Bobe, Natalia, la judía, la polaca, la que lo dejó absolutamente todo, hasta a su familia y se embarcó a cruzar un mundo de mar para llegar a fundar la sede de las mujeres de la familia en este continente. Llevamos impreso en la sangre su fortaleza, su resiliencia, su valentía y todos sus miedos que no son más grandes que su amor.
Firme como soldado, pulida hasta la médula y brillando como estrella estaba la abuelita Grace, en forma de cubiertos de plata y un juego de te que deslumbra a cualquiera; toda una reina pero que deslumbraba y sorprendía por su sencillez que tanto la caracterizaba, su entusiasmo y su autenticidad.
Dentro de los platitos hondos, con modestia y sin llamar la atención aparecía nuestra Abuelita Adela en forma de sus peculiares frijoles puercos, receta que nosotros nos apropiamos, que nos ha nutrido el cuerpo y el alma, que con hierro nos ha fortalecido la sangre, sangre que no compartimos con ella pero que jamás no hizo falta para adorarla.
La Mamá Huila llegaba al final en forma de banquete principal en elegantes charolas de la misma vajilla, la cama de esa humilde masa de maíz torteada y dorada en mantequilla, rascada con ternura y en forma redondita y pellizcada. La Mamá-Huila, una mujer que cuidó a mi abuelo y a todos sus hijos con más de 100 años, un trapito y una pierna de menos.
No tenía a nadie, solo tenía la fórmula infalible que a través del tiempo logra convocar el amor de estas mujeres para degustar una revoltura de agua, harina, sal, mantequilla, comal quemado y mucho amor. Lo tenía todo, al menos lo que se necesita para trascender en nuestras vidas y en nuestros estómagos y que forma ya parte de nuestro adn.
Todo el trabajo visible lo llevan mamá y mi tía Sara que logran con mucho esfuerzo que todas nos cancelemos al mundo exterior y nos demos la mitad de un día para querernos solitas, ponernos al tanto y dejarnos chiquear, incluso las que se nos han ido uniendo en la vida y que son Tachna girls no de apellido pero si de corazón.
En la cabecera aún mi abuela, con una sonrisa de 85 años y recordándonos -aunque ella se olvide de cosas- lo privilegiadas que somos de tenernos: sanas, completas, contentas, unidas. Y demostrando con hechos que nuestro super poder no es otro más que estar juntas, apoyándonos, sosteniéndonos, acompañándonos, aplaudiéndonos, platicándonos, guiándonos y queriéndonos, tristes, felices, asustadas, gordas, flacas, solteras o casadas. Siempre.
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